La
perspectiva de género y la criminología: una relación prolífica
Los estudios
hoy llamados de Género constituyen una de las innovaciones teóricas y políticas
más importantes de la segunda mitad del Siglo XX. Uno de sus aportes más
significativos, en mi concepto, ha sido demostrar que los factores económicos,
políticos y culturales afectan de manera diferente a varones y mujeres y, sobre
todo, que el sesgo androcéntrico había conducido a ignorar a la población
femenina asumiendo que sus necesidades eran las mismas que las de los varones.
La
perspectiva de género cuestiona los puntos de partida de las ciencias sociales
y jurídicas al demostrar el androcentrismo que las aqueja. Según se argumenta,
lo masculino ha sido identificado con lo universal, la razón y el saber
mientras que lo femenino ocupa el lugar de la falta. En consecuencia, las
diferentes disciplinas asumían que las necesidades, intereses y características
de los varones eran generalizables para toda la humanidad, y que las
particularidades de las mujeres eran señal de su inferioridad o carencia.
La propuesta
de la crítica de género sería entonces desmontar el andamiaje de los saberes
para reconstruirlos de manera que se visibilice a la mujer y se cuestione la posición
de poder de los hombres .
Asimismo, la
perspectiva de género ha contribuido a desmontar muchos prejuicios sobre las
conductas criminales femeninas y ha llamado la atención sobre la necesidad de
tener en cuenta sus especificidades
Los Desvíos de las Mujeres
Hasta la
década de los setenta del siglo XX los estudios sobre criminalidad se
caracterizaban por su androcentrismo, es decir, generalizaban a partir del
modelo masculino. En sentido contrario, las particularidades de las mujeres
recibían muy poca atención.
Las escasas investigaciones
realizadas durante el siglo XIX y la primera mitad del XX tendían a aplicar
teorías biológicas y psicológicas para explicar la criminalidad femenina y
resaltaban el hecho de que, en todos los lugares en los que se había estudiado
el tema, la participación de los hombres era ampliamente mayoritaria.
Paralelamente,
la criminalidad femenina tendía a ser juzgada con mayor dureza que la masculina
porque se suponía que las mujeres que caían en estas prácticas iban contra la
naturaleza femenina y eran, por tanto, criaturas degradadas. Se asumía que los
varones tienen una tendencia natural al desvío y a la violencia que
justificaba, o bien prácticas particularmente rudas de represión, o bien una
tendencia a ser más tolerantes con ellos bajo la suposición de que la naturaleza
masculina los empujaba a transgredir los límites.
Crimen y Patriarcado
Los primeros
ensayos señalando que no se tenían en cuenta las particularidades de las
mujeres y denunciando los estereotipos que distorsionaban el análisis de la criminalidad
femenina aparecieron en la década de los 60´s del siglo XX, cuando el
movimiento feminista impulsó la revisión de los sistemas jurídicos y penales
porque, según denunciaba, estaban fundados en la exclusión de las mujeres y en
la universalidad del modelo masculino.
Desde
comienzos de los años 70, la posición desigual de la mujer en la criminología,
como víctima o como autora de delitos, pasó a ser objeto de atención por parte
de la criminología.
En un primer
momento, el concepto de patriarcado fue útil para explicar la experiencia
femenina en el sistema judicial y penal y para entender la división de sexo
dentro de la ley, los procesos criminales y la vigilancia policial. El sistema
legal, advirtieron las feministas, forma parte de la estructura de dominación
patriarcal debido a que su organización jerárquica, su formato y su lenguaje
están montados sobre el modelo masculino.
En
consecuencia, algunas feministas sostenían que las mujeres no podían usar el
aparato legal para enfrentar la dominación masculina porque su lenguaje y sus
procedimientos estaban saturados de reglas y de creencias patriarcales.
Género y Crimen
El concepto
de género buscó superar el riesgo de caer en el esencialismo y en el
reduccionismo implícitos en la suposición de que todas las mujeres tienen una
problemática similar por el hecho de compartir una subordinación.
Las
relaciones de género son también relaciones de dominio y, por lo general, los
varones monopolizan las posiciones con mayor poder y prestigio. Los primeros
estudios sobre género y crimen sugieren que las mujeres están sujetas a una
serie de presiones y premios para aceptar las reglas mientras que los hombres
tienen mayores oportunidades de soslayarlas.
En la década
de los noventa, los avances en los estudios de género mostraron que se había
tendido a asimilar el género a lo femenino y que este sesgo estaba produciendo
distorsiones tales como la tendencia a tratar las conductas criminales
masculinas sólo en función de la situación de las mujeres y, sobre todo, a
poner a los varones en el papel de agresores o culpables de manera sistemática.
Se vio entonces la necesidad de conocer mejor la condición de género de los
varones, las exigencias que se les plantean para construir su masculinidad y
sus riesgos específicos.
Si bien
existe una relación estrecha entre género y crimen, eso no significa que
existan leyes que la expliquen. Por lo tanto sería aconsejable aplicar el
análisis de género a cada situación específica y analizar, de manera situada, el rol que desempeña. A
pesar de que no se ha podido cumplir con el plan inicial -generalizar sobre la
relación entre género y criminalidad-, los estudios con perspectiva de género
han abierto nuevos temas y contribuido enormemente a comprender las conductas
criminales de hombres y mujeres.
Las conductas delictivas de las mujeres
Según
señalan, los delitos femeninos están directamente relacionados con los papeles
atribuidos a la mujer en la vida social. La mujer no aparece pues como sujeto
sino como objeto, bien de agresiones o bien de disputa entre varones. Con el
fin de corregir estos sesgos, los estudios de género intentan romper con la
tendencia a situar a las mujeres como víctimas pasivas para entender cuáles son
sus estrategias particulares y sus formas de agencia. Su objetivo es demostrar
que las conductas delictivas de las mujeres son racionales y siguen objetivos,
y por tanto, es necesario interrogar a las actoras y analizar su posición
social.
Los varones
controlan la mayor parte de las ocupaciones mientras que las mujeres están limitadas
al servicio doméstico, el mercado informal y unos pocos oficios, todos ellos
con una retribución muy escasa.
Violencia familiar y sexual
Una de las
grandes contribuciones del feminismo ha sido llamar la atención sobre la
violencia familiar y sexual. Entre sus constataciones más importantes se
encuentra el hecho de que cuando se enfoca la violencia doméstica y el abuso
físico y sexual de niños, los hombres son los principales perpetradores.
De hecho, la
violencia contra la mujer es tan generalizada que ya no se la percibe como tal
sino como una de las tantas incomodidades que las mujeres deben soportar. La
proliferación de estudios y programas dirigidos a enfrentar esta problemática
impulsó cambios tanto en la manera de tratar la violencia familiar y sexual
como en la percepción de las personas. En la actualidad la mayoría de los
países ha firmado tratados para combatir la violencia familiar y sexual, y las
percepciones de la misma han cambiado notablemente. Las personas tienden a
identificarla cada vez más como abuso y se han incrementado significativamente
los casos de denuncias
Desde esta
perspectiva, la violencia sexual puede ser vista como una forma de «ponerlas en
su lugar» (Fuller, 2001b). Así, es posible que los asesinatos de mujeres, que
han vuelto tristemente célebre a ciudad Juárez, se relacionen con prácticas
dirigidas a penalizar a aquellas que rompen con patrones tradicionales de
conducta porque viven solas o asisten a lugares de diversión antes vedados a la
población femenina.
Género y Cultura Policial
La cultura policial ha sido a menudo el
blanco de las críticas de las investigaciones con enfoque de género.
La cultura de género de los cuerpos
policiales ha sido también objeto de análisis y de crítica. En primer lugar, se
argumenta que los valores policiales ensalzan la virilidad, el arrojo y el
dominio, todos ellos asociados con el síndrome machista. Incluso se ha
denunciado que con frecuencia las mujeres policía sufren de discriminación y
acoso sexual por parte de sus colegas masculinos.
No obstante, a pesar de que estos rasgos
son bastante comunes entre las fuerzas policiales, sería necesario tener en
cuenta que las mujeres no son víctimas pasivas de la cultura machista. Es más,
se observa que ellas desarrollan diversas estrategias para realizar sus
intereses
Lo que podemos concluir es que el género
influye en las relaciones del cuerpo policial pero no parece posible asumir que
el mismo patrón va a repetirse en todos los casos. La crítica de género puede
haber influido en estos ámbitos de modo tal que las mujeres policías pueden ser
más conscientes de sus derechos y los varones más abiertos a la crítica